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Una anécdota con el maestro Manzanares
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Una anécdota con el maestro Manzanares

Por Honorio FEITO
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honoriofeitogmailcom/12/12/18
miércoles 29 de octubre de 2014, 10:48h
Entre gestión y gestión, me entero de la muerte inesperada del maestro José María Manzanares. Hace años, unos cuantos, con motivo de un conflicto en la Feria de San Isidro de Madrid, con toros de Victorino, Manzanares formaba parte de la terna.
Algunos periodistas estábamos en una rueda de prensa, en el Gobierno Civil de Madrid, con el maestro Jaime Ostos, cuando nos enteramos que las cuadrillas habían sido detenidas por la autoridad, por negarse a torear porque los caballos de los picadores les habían quitado el peto, o mejor dicho, habían aplicado estrictamente el reglamento, aligerando el pesado peto y dejando más en evidencia la suerte de varas.

Acudimos algunos periodistas y foto periodistas, como llaman ahora a los compañeros gráficos, en busca de la noticia y yo, gracias a la pericia de un taxista, llegué a la comisaría de Ventas el primero. En medio de aquel jaleo, entré en la comisaría y entre en una celda, cruzando el hall y un pasillo, donde estaban vestidos de luces, los hombres de la cuadrilla de Manzanares. Cuaderno y bolígrafo en ristre, me dispuse a tomar notas, a preguntar, pero los ánimos estaban muy alterados y decidí esperar un poco. Apareció el maestro, vestido ya de calle, recuerdo su traje como de seda en tono beige, todo un capricho, porque el maestro era genio y también figura, dentro y fuera del ruedo. Animó a su gente calentando aún más el tema y advirtiendo: "a los periodistas, nada", entre cervezas y bocadillos de jamón de bellota con que les hizo más agradable la situación. A continuación, oí a uno amenazar con pegar al primero (se refería a los periodistas), que acudiera allí, así que me decidí a instalarme en la otra esquina de la celda y, simplemente, tomar notas de lo que oía con la mayor prudencia.

El maestro iba y venía, entraba y salía, pero no dejó a su gente ni un minuto. Tenía fama de bronca y era vehemente, eso, genio y figura. De pronto, un guardia decidió cerrar la puerta de la celda, y allí nos quedamos todos.

Los toreros me miraban, a veces con cierta curiosidad. Mi aspecto no era, precisamente, el de un delincuente, pero en una comisaría se encuentra uno de todo. Cuando ya me pareció que la cosa había terminado, a eso de las nueve de la noche, llamé al policía que estaba en el pasillo y le dije que me abriera porque yo no era torero, ni pertenecía a la cuadrilla, ni tenía nada que ver, sólo que con la confusión, me había quedado encerrado dentro... me miraron un poco sorprendidos y comprendieron, probablemente, que yo era un periodista pero no me dijeron nada. Cuando me vi fuera, me dirigí a ellos para tranquilizarles y decirles que, de lo que había oído, no saldría nada de mi boca que pudiera crearles problemas ni con ganaderos, ni con compañeros, ni con periodistas. y así se ha cumplido, y así será cumplido. Apenas media hora después de llegar a la redacción, supe que mis compañeros estaban haciendo gestiones con el Ministerio del Interior para liberarme, al tiempo que los teletipos informaban que el juez había decretado la puesta en libertad de los miembros de la cuadrilla de Manzanares. Fin de la historia.

Ahora, que desgraciadamente le ha llegado la auténtica hora de la verdad, la de comparecer ante el Altísimo, le deseo toda la suerte al maestro, en este último lance de esta faena que es la vida, la auténtica.
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