OPINIÓN

¿Hay violencia en el discurso de Podemos?

Honorio FEITO | Jueves 20 de noviembre de 2014
Hace apenas un mes, al término del congreso fundacional de Podemos, su líder, Pablo Iglesias Turrión, pronunció una frase histórica que provocó el interés de una gran parte de la sociedad española: “el cielo no se toma por consenso, sino por asalto”.

Con independencia del estudio histórico que pueda suscitar la frase, atribuida a los antiguos griegos, pero utilizada por Marx y considerada propia de la retórica comunista, la frase inspira también el efecto de tomar al asalto algo sagrado. Asaltar, acometer impetuosamente, dice la Real Academia Española de Lengua. A partir de aquí, no ha pasado desapercibido el discurso y los mensajes y lemas provenientes de Iglesias y de sus compañeros en la cúpula de mando de esta asociación, ya convertida en partido político, que tanto preocupa a los partidos de la izquierda y a periodistas.

Haciendo acopio de muletas o tópicos, como los utilizados por los socialistas durante la Transición (“En este país…, en lugar de decir España, abierta y simplemente, o “el pueblo unido jamás será vencido”), los líderes de Podemos han dejado, en sus intervenciones, una colección nada despreciable de frases, argumentos, consideraciones, apreciaciones o acusaciones que encierran una notable carga de violencia, al menos dialéctica, a través de su discurso. Razones que, ancladas en la protesta, embridan su mensaje a través de un plano enfrentado que separa lo bueno de lo malo, siendo ellos mismos, jueces de esa definición.

Por ejemplo, cuando Pablo Iglesias dijo que el ochenta por ciento de los ciudadanosaseguran que los escraches a los políticos son legítimos…, cuando afirma que la “derecha de este país, criminaliza la protesta…”, o como cuando Juan Carlos Monedero acusó a la Policía de distribuir heroína entre la población joven vasca, para frenar las adscripciones a la banda terrorista ETA.

Este establecimiento de buenos y malos, en los que ellos se arrogan la primera parte, el papel de buenos, de reformadores, de gentes capaces de arreglar el mundo, transmite el mensaje de que el mundo está mal porque quienes deberían hacerlo bueno se han vendido a los intereses del mal, se han dejado corromper, han mordido la manzana prohibida. Y, por supuesto, en la cima de la pirámide de la malignidad está “la casta”. Esta es una cita permanente en su discurso. La simple definición ya identifica y muestra, con el dedo acusador, a los privilegiados.

En su discurso, los representantes de Podemos más que anunciar denuncian la existencia de los malos: ”Los que gobiernan este país, los pies les huelen a franquismo…”, dice Iglesias olvidando que los que gobiernan este país, para bien o para mal, están amparados en once millones de votos. O cuando, refiriéndose a la policía, acusa: “en vez de defender a la gente, se convierten en matones al servicio de los ricos…”

Pablo Iglesias, actual secretario general de Podemos, entiende que la protesta forma parte consustancial de la democracia (es frase textual), y que el actual gobierno tiene un problema con la democracia al tratar de abortar la protesta violenta con la presencia de efectivos policiales. Y lo dice mientras, en un programa de una televisión privada, visiona un video donde los manifestantes tratan de tomar al asalto el Congreso de los Diputados, habiéndose producido casi treinta heridos entre los policías.

El tema de los buenos y los malos asoma, de nuevo, cuando dice: “el problema de éste país es que hay una minoría de privilegiados, una oligarquía de sinvergüenzas que está robando a la mayoría”, frase que cualquier español, que no pertenezca a esa minoría, lógicamente, puede hacer suya, pero que encierra de nuevo el mensaje más o menos subliminal y violento porque la frase contiene la palabra oligarquía, lo cual hace pensar al que escucha, que esa minoría de privilegiados pertenece a una casta de señoritos, oligarcas, y sinvergüenzas, y por si quedan dudas, ahí va el siguiente párrafo de Iglesias: “estoy convencido de que a muchos policías les encantaría poner las esposas a un banquero, porque tienen familia, porque tienen hijos que no pueden pagarse sus estudios…” Es decir que para Iglesias, la ecuación tiene tres factores y una incógnita: el primer factor es la afirmación suya –afirmación, que no presunción- de que los banqueros, en general, son delincuentes de guante blanco, intocables, protegidos, indeseables. Segúndo factor, la policía como agentes de la Ley pero al servicio de los ricos, o sea, que la Ley protege al rico y hace escarnios entre los pobres, de los que los policías forman parte, porque sus hijos, al igual que los de la famélica legión, no tienen dinero para pagarse las matrículas universitarias. Tercer factor, los ricos mangonean la vida de la gente. Tal vez sea cierto, pero no es una máxima condicionante porque ser rico no es sinónimo de ser delincuente, de merecer ir esposado a prisión, de ser enemigo de la policía o de ser enemigo de la gente, incluso de la gente pobre. Bueno, tal vez para Iglesias sí. Y la incógnita a despejar es, lógicamente, el papel de Podemos para resolver el problema, que ya se adivina.

No voy a entrar, finalmente, en el asunto de la defensa de las armas, con que algunos medios han acusado a Pablo Iglesias, al mostrarse firme defensor de que “el pueblo”, ese eufemismo que emplea la izquierda cuando pretense armarse de razón, tenga armas “porque el derecho a tener armas es una de las bases de la democracia (por favor, cursiva y entrecomillado, porque es textual). Lo dijo refiriéndose a los Estados Unidos, en su programa La Tuerca, y hasta apostilló lo que sigue: “Si algo sabían los patriotas americanos que expulsaron a los ingleses, es que la democracia es incompatible con el monopolio de la violencia por parte del Estado que inventó el absolutismo europeo. La democracia es tal si el poder está repartido, y si la base del poder es la violencia, el pueblo no puede delegar el fundamento de soberanía”. Entenderá el lector que desgranar este párrafo puede llevar algún tiempo y bastante espacio, sin entrar a a explicar el ejemplo histórico.

La aparente identificación de muchos españoles con una parte del mensaje de este partido no debe dejar en la sombra la intencionalidad que la protesta esconde.