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¿Es lícito a los católicos el pertenecer a la asociación titulada La Cruz Roja?

¿Es lícito a los católicos el pertenecer a la asociación titulada La Cruz Roja?

Por Honorio FEITO
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honoriofeitogmailcom/12/12/18
domingo 29 de octubre de 2017, 15:16h
¿Es lícito a los católicos el pertenecer a la asociación titulada La Cruz Roja? Con esta pregunta, comenzaba el primero de una serie de artículos que el periódico El Consultor de los Párrocos, publicó en el último trimestre del año 1873, acerca de la Cruz Roja cuya delegación española se había creado apenas diez años antes. Estos artículos, que el citado periódico dedicó a la Asamblea española de la que entonces se llamó La Internacional, no cayeron en saco roto, como tampoco las preguntas que los encabezaban, ni las acusaciones de que fue objeto la Asamblea española de la Cruz Roja. Los ensayos sacudieron a la prensa y a la Opinión Pública, y fueron un incómodo reproche a una institución cuya llegada fue, aparentemente, bien acogida por la sociedad. Para tratar de contrarrestar estos ataques, la Asamblea española decidió designar a uno de sus socios fundadores, erudito y católico, Antonio Balbín de Unquera, para ocuparse de la defensa, lo que hizo a través de un trabajo titulado, precisamente, En defensa de la Cruz Roja, que representa ya un clásico y que es un compendio de erudición por parte de su autor.
El primero de los artículos fue publicado el 16 de octubre de 1873, correspondiente al número 51 del periódico. Comenzaba con la pregunta que titula este escrito; con fecha 30.X.1873 se publicaba el segundo, en el número 53 de la publicación, que comenzaba también con una pregunta ¿Hay inconveniente en que los católicos formen parte de la asociación titulada la Cruz Roja? El 13.XI.1873 El Consultor de los Párrocos publicó el tercero de los textos acusatorios, en el número 55, cuyo escrito comenzaba con la pregunta
¿Qué es la asociación titulada de la Cruz Roja considerada bajo el punto de vista del Derecho Canónico y la Sagrada Teología? Un mes más tarde, El Consultor de los Párrocos recogía en sus páginas el comunicado que la propia Asamblea de la Cruz Roja dirigía al periódico y la respuesta, bajo el título Algunas sencillas observaciones, con las que el diario católico contraatacaba. De nuevo el 30.XII.1873 El Consultor de los Párrocos volvería a la carga con la pregunta ¿es lícito formar parte de la asociación titulada la Cruz Roja?, mientras la Asamblea española trató de frenar las acusaciones a través de cartas y de artículos publicados en la prensa, o remitidos al Consultor, o al periódico La Cruz, firmado por Antonio Balbín de Unquera. A lo largo de 1874 se repiten las alusiones y las citas sobre algunas reacciones provocadas por esta serie.

LAS CÁTEDRAS PANTEISTAS Y LAS LOGIAS

La principal acusación del periódico católico contra la Cruz Roja fue su anti religiosidad, como elemento masónico. El periódico asegura que la idea de la Cruz Roja nació de las cátedras panteístas y de las logias alemanas: se comenzó a exponer en público en los llamados congresos de economía política, que desde 1861 hasta 1866 no dejaron de tener lugar en Bélgica. En estos congresos –continua - se proclamaba ante todo la moral humana o independiente, esto es, sin Dios, y contraria a la fe. Esta moral, llamada a veces universal y otras separada o independiente, partía del principio de la negación de la revelación y aún de Dios, y suponía que el hombre ni necesita auxilios del cielo, ni tiene más ley que a la que a sí mismo se dé o la escogite su razón.

Para el autor, el sector económico que sirve de escenario y escusa a los congresos, tiene ramificaciones en España e incluía, en sus programa, principios positivos como el naturalismo y el ateísmo, y principios negativos como la guerra abierta y sistemática al Catolicismo y a las propias instituciones católicas. La estrategia, para el articulista, tenía dos claros objetivos: acabar con las órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza y con las hermanas de la caridad, cuyo prestigio en ambos casos estaba fuera de toda duda y ambas eran dos brazos auxiliares del Catolicismo: Por eso dijo la secta llamada economista “destruyamos las congregaciones católicas, dedicadas a la enseñanza, oponiéndoles el sistema de enseñanza lega o atea, gratuita y costeada por el Estado, y obligatoria o impuesta por los gobiernos… y añade, los miembros de la secta economista añadían: las hermanas de la caridad prueban que el Catolicismo ama al pobre y se interesa por él. Opongamos, pues, a esta institución religiosa, una institución que sólo sea humana, esto es, que prescinda de Dios, para que los pobres vean que se puede no creer en Dios y socorrerlos…

Para El Consultor de los Párrocos, la idea de reducir el prestigio de la Iglesia Católica en la sociedad coincidió con el nacimiento de de la sociedad de los Solidarios: o sea, hombres que se juramentaron para morir sin sacramentos y esforzarse para conseguir que se aumentase el número de los que así mueran. Estos Solidarios fueron los que por los años de 1863, 1864 y 1865 tanto escandalizaron al mundo con sus entierros civiles o ateos.

LA LIGA DE LA PAZ

En su estudio cronológico, el autor apunta que poco después de los Solidarios, comenzaron a reunirse los congresos de la Liga de la Paz y de la Libertad. Reconoce el periódico que a estos congresos también asistieron, al principio, algunos católicos :de esos que, como Eva, se dejan engañar o alucinar, siempre que se presenta a su admiración una cosa… pese a que la Liga de la Paz no era otra cosa que el conjunto de Julio Simón, que no quería que hubiese delitos contra la moral, Quinet, que deseaba ver arrastrado el Catolicismo por el fango, y Garibaldi, que protestaba que se aliaría hasta con Satanás para poder pelear contra Jesucristo.

El autor del artículo asegura que de estos congresos de la Liga de la Paz brotaron dos proyectos que recibieron, en principio, el mismo nombre. El primero de ellos fue el de la Asociación de Trabajadores, o sea, lo que se llamó La Internacional. El segundo fue, dice, lo que antes se llamó también La Internacional, y ahora se llama, o aparenta que se llama La Cruz Roja.

Respecto a este proyecto de la Cruz Roja, dice: fue presentado en Ginebra y apoyado en Berlín, logró que no pocos gobiernos lo tomasen en consideración y que hasta lo examinase la diplomacia. Con el objeto de que su ejecución no tropezase con graves obstáculos se le dio el nombre de Internacional o asociación que, por pertenecer a todas las naciones, no pertenecía a nación ninguna.

El articulista dedica también unas líneas a poner en evidencia la actitud de los voluntarios en la guerra franco-prusiana: durante la última guerra franco-prusiana, se vio que era o al menos lo que podía ser esto. Las autoridades francesas tuvieron que dar órdenes varias veces para que no se permitiese salir de los muros a los coches de La Internacional. Y ¿por qué se hacía esto? ¿Era porque se sabía que entre los extranjeros afiliados a la Internacional había algunos que, en vez de cuidar de recoger heridos, solo pensaban en comunicar noticias al ejército prusiano? ¿Es porque solo había sospechas, quizás infundadas? Sea como quiera, lo cierto es que si los individuos extranjeros de la Cruz Roja eran 300, y se necesitaban 3000 soldados solo para vigilarlos, sus servicios costaban demasiado caros a Francia… y más adelante, señala el articulista: De modo que la Internacional, o la asociación de la Cruz Roja en tiempos de paz es inútil, porque no hay heridos que asistir, y en tiempos de guerra es funesta, porque aunque se compusiese de personas extrañas y desconocidas, por necesidad han de inspirar desconfianza.

Utilizando la desconfianza como argumento, el articulista explica que la nacionalidad de muchos de los voluntarios que prestaban servicios como camilleros en La Cruz Roja, durante aquella guerra, creaban una situación molesta, pues pertenecían a naciones varias, como Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica o Suiza, cuyos gobiernos mostraban sus afectos a Prusia, al tiempo que no cesaban de mostrarse hostiles a Francia, lo que creaba una situación rara y violenta, a cuyo efecto concluye: Por todas estas razones creemos que la Cruz Roja, por más que se componga de personas dignísimas, en caso de guerra, no puede menos de ser un objeto de constantes y terribles desconfianzas.

SIN LA APROBACIÓN DE LA IGLESIA

La parte final del artículo la dedica el autor a un juicio desde el punto de vista religioso. Tras acusar a la Cruz Roja de ser una asociación que se titula caritativa y que no tiene la aprobación de la Iglesia Católica, se pregunta ¿Consiste la caridad en pensar solo en la vida del cuerpo, que pasa como una sombra, y olvidarse por completo de la vida del alma, que jamás tendrá fin?, y se responde a sí mismo: una asociación que pierde de vista la eternidad jamás podrá ser considerada como verdaderamente caritativa.

Asegura el autor del artículo que la Cruz Roja se fundó sobre la idea de la francmasonería de que se puede prescindir de la fe y pensar sólo en la filantropía, que es la manera de preparar el camino hacia la indiferencia religiosa, o sea, hacia el olvido de la Religión

Esta asociación es una idea alemana expuesta por primera vez en Bélgica, desenvuelta más tarde en Suiza y adoptada, en fin, por algunos Gobiernos con intenciones que, por ser intenciones, no debemos calificar, asegura el redactor. Ya en el sumario de cabecera, el lector estaba avisado de que el artículo estaba destinado a conocer el nombre, el origen, su objeto, sus peligros, sus tendencias, sus resultados y a una comparativa entre la Cruz Roja, objeto del estudio, y algunas otras instituciones religiosas.

Las reacciones a esta primera entrega sobre la Cruz Roja no se hicieron esperar. El 30 de octubre de aquel mismo año, El Consultor de los Párrocos publicaba el segundo artículo, que incluía una aclaración a una carta enviada por un lector que se confesaba católico, apostólico, romano, en la que hacía dos reproches: uno desde el punto de vista político y otro desde el religioso. Los redactores del periódico dejaron a un lado el político para centrarse en el religioso, y contestando a uno de los argumentos del lector, que se refiere a la presencia como vice-protectores natos de los Cardenales y Arzobispos en la Asamblea española de la Internacional, se centra en este punto el articulista para preguntarse: Si la Internacional llama vice-protectores a los Cardenales y Arzobispos de España ¿por qué no hace lo propio en Francia, Bélgica, Austria, Italia, etc. etc.? ¿Por qué no declara protector al Papa? Siendo la Internacional la misma en todas partes ¿por qué llama vice-protectores a los Prelados españoles y no a los ingleses, alemanes, etc.?

La francmasonería, fundadora de la Internacional o de la Cruz Roja, que siempre y en todas partes es la conspiración contra el Catolicismo, acepta todo, absolutamente todo lo que necesita aceptar para poder hacer la guerra a la Religión Católica…La francmasonería que en Prusia y Suiza se coloca resueltamente al lado de los perseguidores de la Iglesia, en España desempeña papeles muy distintos, y aún contrarios…

En su análisis, el autor o autores del artículo, aseguran que la francmasonería necesita dos clases de servicios los directos y los indirectos. Los primeros se los prestan los revolucionarios que atacan a la Religión Católica, y los indirectos se los prestan los mismos católicos que, de buena fe y con la mejor intención, prescinden de las asociaciones eclesiásticas para aceptar a las paganas. Sirve este argumento como hilo conductor de lo que podríamos considerar una llamada de atención a los católicos, pero que es un reproche en toda regla, cuando critica a los católicos que dan limosnas a la Cruz Roja porque esto impide que también las den a las hermanas de la caridad.

La relación entre la Asamblea española de la Cruz Roja y la propia Internacional es otro de los puntos que analiza y destacan en este punto el hecho de que la “hipocresía” de la Cruz Roja que acepta como protectores a los Santos, que son un caso único en la Asamblea española, y se fija, precisamente, en la elección de San Juan Bautista: Nos hubiera parecido muy natural el que se hubiese elegido a San Roque, que murió por curar a los heridos de la peste, San Juan de Dios, que fundó una orden sólo para asistir a los enfermos, o San Vicente de Paul, que se llama y con razón sobradísima el Apóstol de la caridad, pero San Juan Bautista ¿cuándo ha sido considerado patrono de los enfermos o heridos?... la Orden hospitalaria militar de que San Juan es patrono era una Orden de Caballería y guerrera.

El autor concluye que la base fundamental de la Internacional o de la Cruz Roja es la caridad sin la fe, lo que considera una herejía, porque afirma que la caridad y al fe son de todo punto inseparables, y alude a la herejía de Peleagio impugnado por San Agustín y tantas y tantas veces anatematizado por la Iglesia. También cita los errores de Bayo y Jansenio, condenados por la Iglesia, cuando afirma que la caridad es un don sobrenatural y que no puede encontrarse, y no se encuentra, donde no hay fe.

La conclusión final de este artículo es un ataque frontal a la Cruz Roja, al afirmar: La Internacional, que quiere presentarse como institución caritativa, no cuenta para nada con el Papa ni ha pensado siquiera en someter sus estatutos a la aprobación de la Iglesia.

DENUNCIA

Bajo la amenaza de una denuncia que se estaría tramitando, según revela el periódico valenciano Las Provincias, los responsables de El Consultor de los Párrocos consideran que tal denuncia es simplemente un farol para intimidar a muchos sacerdotes y seglares católicos, y no deja pasar la ocasión para arremeter de nuevo contra la Cruz Roja, no sin antes hacer tres advertencias a sus lectores:

a) que no contrae responsabilidad moral ni legal alguna el católico que combate a la Internacional o a la asociación de la Cruz Roja, fundándose en que es una asociación anti-canónica, y por lo mismo sospechosa al menos para todos los que se interesen por el triunfo y esplendor del Catolicismo.

b) Que en caso de que haya una denuncia, nada podrá conseguir, porque los calificativos recaen no sobre las personas, cuyas intenciones se salvan, sino sobre la institución que, sin que lo adviertan muchísimos de los que a ella pertenecen, se encamina sólo a disminuir la influencia de la Iglesia y a secularizar la caridad, o sea, a preparar el triunfo del naturalismo que es el término de todas las herejías y el fin último de la secta masónica.

c) Que no debe abrigarse ningún temor…no habrá quien nos lleve a los tribunales; pero si hay quien lo intente, ni logrará que se nos condene, ni conseguirá que guardemos silencio…

El autor del artículo advierte que la Iglesia tiene leyes especiales para la fundación de cofradías, hermandades o asociaciones piadosas y caritativas y recuerda la obligación de cualquier católico de no olvidarlas ni menospreciarlas, y acusa a la Cruz Roja de no haber tenido en cuenta estas leyes o prescripciones canónicas a la hora de fundar la Internacional.

EL DERECHO CANÓNICO

Se fija el autor del artículo en la Bula de Clemente VIII, Quaecumque , de la que dice que es ley en la materia, para establecer que no debe erigirse ninguna asociación piadosa o caritativa, sin la aprobación del Obispo del lugar en que se erige, concedida, no de palabra, sino por escrito (Nisi de consensu Ordinarii et cum litteris testimoialibus ejusdem), y añade: los estatutos de las asociaciones piadosas o caritativas que se funden, deben ser examinados y aprobados por el Obispo, quien podrá hasta enmendarlos y corregirlos (Quod statuta confratermitatum examinentur et aprobentur ab Ordinario loci, et corrigi possint)… Y ¿se han sometido a examen y aprobación de los Obispos los reglamentos de la Cruz Roja? No. Y no ha sido por olvido, sino porque se ha querido prescindir de la autoridad de la Iglesia.

En su análisis, el articulista examina también una cuestión que no es baladí: las limosnas, que constituyen una fuente de financiación de indudable importancia para llevar adelante las obras de caridad, especialmente, tras las pérdidas que la Iglesia española había sufrido a lo largo del siglo XIX con las desamortizaciones:

Según la misma Bula, las limosnas que reciben las asociaciones piadosas, con la intervención del Obispo, lo cual hace por medio de su visitador o por sí mismo, se han de invertir en utilidad de la Iglesia o en usos piadosos.

Y ¿sucede esto en la Internacional? Por el contrario ¿no es evidente que la Cruz Roja invierte las limosnas, que son fruto de la caridad de las personas piadosas, sin intervención ninguna del episcopado?

Para ilustrar el modo de proceder a la hora de fundar una cofradía o una hermandad o una asociación caritativa, el autor pone el ejemplo del P. Ratisbona: que concibió en 1858 la idea de fundar una asociación piadosa y caritativa con el título de Asociación de las Madres Cristianas… sin embargo, el P. Ratisbona, como San Pablo, ne in vanun curreret aut cucurrisset, se dirigió a la Santa Sede resuelto a no realizar su pensamiento sin obtener antes la aprobación del sucesor de San Pedro. Esta aprobación le fue concedida por un Breve de 11 de marzo de 1859…

El autor del artículo considera que para ejercer la caridad cristiana es necesario cumplir algunos requisitos tales como la oración, su propia santificación, practicar con frecuencia los sacramentos que son, dice, indispensables para poder practicar de verdad las virtudes capaces de mantener la fortaleza del espíritu: se figuran que pueden imitar a San Roque, y San Juan de Dios o San Vicente de Paúl, hombres que crean o no crean, sino piensan para nada en los auxilios espirituales, salen del baile o del teatro para dirigirse al depósito de los heridos o a los hospitales. ¡Ah!, No, la vida del sensualismo o de la incredulidad, que es la vida del indiferentismo, no ha sido, no es ni será jamás la vida de la caridad.

El articulista describe la caridad humana, la filantropía, como la conducta que tiene apego a los placeres de la vida, frente a la austeridad de la caridad divina. Y asegura que la filantropía mira con horror la muerte, huye del trabajo, se aleja del peligro, ve con repugnancia todo lo que es nauseabundo y no hace ningún bien, o el poco que hace lo pondera mucho. Dice que la caridad Divina no es cosa mundana o que dependa del hombre solamente, sino que es un don del Cielo, una virtud sobrenatural, teologal, que se funda en Dios, que no existe separada de Dios y que sin Dios no puede ni aún concebirse, y cita al P. Perrone, a San Agustín y a San Pablo, de los que extrae definiciones sobre la caridad. Del Evangelio de San Juan extrae las palabras de Jesucristo: Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede producir fruto, si no permanece unido a la vid, así vosotros si no permanecéis en mí… y avala estas conclusiones con los comportamientos: En 1855 hubo en Crimea muchos heridos protestantes ¿se sabe de uno solo que se quejase de las hermanas de la caridad porque estas abandonaran a los heridos protestantes para dedicarse al cuidado de los heridos católicos? No. En 1870 y 1871 hubo en Francia miles y miles de heridos protestantes, judíos y hasta turcos ¿se sabe de alguno que fuese abandonado o siquiera asistido con poco esmero por las hermanas de la caridad?¿se sabe de algún caso en el cual las hermanas de la caridad o el clero hayan manifestado que solo cuidan a heridos de una fracción política? Todavía está en la memoria de todo el mundo la batalla de Mentana. En ella pelearon voluntarios de Garibaldi, encarnizados enemigos de la Santa Sede, con los zuavos pontificios, soldados tan adictos al Papa. Garibaldi fue vencido y el campo quedó sembrado de cadáveres y heridos de su ejército ¿Y cual fue en esta ocasión la conducta de las hermanas de la caridad y los sacerdotes regulares y seculares que se hallaron en el lugar de la batalla?

COMUNICADO DE LA CRUZ ROJA

Con vistas a reducir el efecto que en la opinión pública estaban causando los artículos publicados por El Consultor de los Párrocos, la Asamblea española de la Cruz Roja emitió un comunicado, dirigido precisamente al periódico católico, que lo publicó finalmente en su edición del día 11 de diciembre de 1873. Era en realidad una declaración de ocho puntos, a través de los cuales la Asamblea española se desmarcaba de todas las acusaciones de que había sido objeto por el periódico. La Asamblea española de la Cruz Roja, asociación internacional de socorro a heridos en campaña se hizo eco de las “preocupaciones” que los artículos publicados por El Consultor de los Párrocos hayan podido crear tanto en los que están dentro como fuera de la organización y declara que no le consta que la Asamblea de la Asociación de Ginebra, alma mater de la Cruz Roja, se haya creado con tendencias anticatólicas, ni obedeciendo a la caridad sin fe, y que en efecto así sucediera, rechazaría en el acto cuanto no propenda a ejecutar la caridad cristiana, tal como enseña y profesa la Religión católica, apostólica y romana. Que la Asamblea no es dependiente de ninguna asociación extranjera, sino sólo relacionada con ellas en cuanto a los mutuos auxilios para los fines públicos y notorios de su instituto, ni tiene con ellas ni sin ellas otras miras; que la unión de la Sociedad española con la Orden de San Juan de Jerusalén es una prueba de que la Asociación de España es puramente española, como también lo es el nombramiento de los santos patronos y el de los cardenales, arzobispos, obispos y Patriarca de las Indias como protectores; que los socios reconocen a las hijas de San Vicente de Paul como sus hermanas de caridad; que no tiene ni tuvo relación con las asociaciones que propugnen la persecución, ni siquiera la indiferencia, contra las comunidades religiosas de ambos sexos aprobadas por la Iglesia, ni con la Internacional de los trabajadores, y siente que se la haya confundido con ellos y con los solidarios y que no tiene relación con los que pretenden la enseñanza regionalista ni con secta ni reunión masónica alguna. Y, en conclusión, que con el nombramiento de arzobispos y obispos, lo que ha pretendido es contar con su voto y seguir sus consejos.

También declara haber pedido indulgencias al Papa para los que tomen parte activa en el socorro de los heridos, y que ha solicitado a la Santa Sede la aprobación de esta Asociación española que ha ejercido y ejercerá siempre con la fe.

Responde El Consultor de los Párrocos a estas aclaraciones comentando uno por uno los ocho puntos e insistiendo en que mientras en la sección española conocen a las personas que forman la directiva de la Cruz Roja, y saben de su condición de católicos, y colaboradores a través de diferentes asociaciones a favor del Catolicismo, la asamblea central de Suiza tiene buenas relaciones con su gobierno mientras éste está persiguiendo a la Iglesia, sin reproches por parte de la Asamblea de aquella república, y acaba de aprobar una ley cismática con el único fin de sustituir a los curas párrocos legítimos y reemplazarlos por apóstatas: Nosotros –termina este breve artículo- sólo pedimos dos cosas a la Cruz Roja: que solicite y obtenga la aprobación de la Iglesia, una santa, católica, apostólica romana, y que sus individuos imploren la gracia divina…

BALBÍN DE UNQUERA ENTRA EN ESCENA

El 30 de diciembre de 1873, El Consultor de los Párrocos dedicó todo el ejemplar al tema de la Cruz Roja. Pero en esta ocasión, el artículo toma como motivo otro publicado en el diario católico La Cruz, con fecha 19.I.1873, firmado por Antonio Balbín de Unquera. El propio periódico La Cruz, en una nota a pie de página, aclara que el artículo no es producción propia sino remitido. Pero ¿quién era el autor de este artículo con el que la Cruz Roja española trata de sacudirse los ataques de El Consultor de los Párrocos?

Socio fundador de la Cruz Roja, Antonio Balbín de Unquera fue un erudito nacido en Madrid, de familia asturiana. Era hijo del abogado Rafael Balbín de Cueto y de Ana Concepción de Unquera. Él asturiano, como he dicho, y ella natural de Buenos Aires, pero también de ascendencia asturiana. Y nieto a su vez de Baltasar de Unquera Covián, héroe de la defensa de Buenos Aires cuando el ataque de los ingleses, en julio de 1807, a resultas del cual fue gravemente herido sin que permitieran los atacantes retirarlo del campo de fuego, falleciendo como consecuencia de las heridas. Su mujer fue doble defensora de Buenos Aires: en esta acción y en 1811 frente a las tropas españolas cuando se inició la independencia de lo que hoy es la República Argentina. Antonio Balbín de Unquera recibió las primeras letras directamente de su padre, según el profesor Julio Fonseca, y más tarde el equivalente a secundaria en la escuela del profesor Miguel Calleja Pablos. Cursó la carrera de Derecho en la Universidad Central, licenciándose el 27.VI.1864 en Derecho Civil y Canónico y Administrativo, en el que se doctoró con la calificación de sobresaliente. También realizó la carrera de Filosofía y Letras en el Colegio del Noviciado en el que se doctoró con la calificación de sobresaliente en todas las asignaturas. En 1864 ingresó por oposición en el Consejo de Estado, siendo destinado a varios departamentos hasta que llegó a la Biblioteca. El Marqués de Barzanallana, también de origen asturiano, presidente en aquellos momentos, le confío la confección del primer catálogo de aquella biblioteca, que ya contaba con la cantidad de 5821 volúmenes. En el Consejo de Estado permaneció Balbín hasta su jubilación en 1911. También fue académico profesor de la Matritense de Jurisprudencia y Legislación, profesor auxiliar de la Facultad de Derecho de la Universidad Central y miembro de distintas Sociedades Económicas de Amigos del País y fundador del Centro Asturiano de Madrid, en cuya revista publicó numerosos artículos, llegando a ser director del Centro y de la propia revista Asturias.

Habló doce idiomas, algunos tan curiosos como el sánscrito o el holandés, y fue traductor, para el Ministerio de la Guerra, de inglés, ruso, holandés y alemán. En una conferencia celebrada en la Real Academia de Arqueología y Geografía, en enero de 1868, dio nombre a la disciplina Arqueología Egipcia, y en otra celebrada en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, el 31.I.1874, bajo el título Reformas para la enseñanza del Derecho, obtuvo también el reconocimiento pleno a su docencia.

Balbín de Unquera representa el clásico caso de un erudito ninguneado por la voraz disciplina de los ambiciosos y los trepas. Protasio González Solis dijo de él: No se ha visto a un hombre facilidad más portentosa para escribir o para hablar… al margen de sus estudios, y de sus trabajos (no fue admitido para ocupar plaza en el Ministerio de Asuntos Exteriores, al parecer, por un descuido de éste Ministerio), su vocación fue la prensa y su dedicación especial la Beneficencia, que él definió como : la donación o prestación de servicios caritativos y hechos por la Administración a los administrados… Su trabajo titulado Reseña histórica y teoría de la Beneficencia es un clásico indispensable en la historia de esta materia, y refleja precisamente el pulso entre la Iglesia y el Estado liberal por controlar el auxilio a los más necesitados. Fruto de los artículos de El Consultor de los Párrocos es otro libro titulado En defensa de la Cruz Roja, que vio la luz en 1873, y también hay que destacar, entre la infinidad de artículos, conferencias, actos académicos y libros, el Proyecto de un Tribunal Internacional para cumplir el convenio de Ginebra sobre socorro de los heridos en campaña. Fue habitual colaborador de La Ilustración Española y Americana y de la Gallega y Asturiana, entre otros muchos medios.

ANALÍTICO

El artículo de Balbín de Unquera comienza como era usual en la época con la frase Crux, ave, spes única, dejando bien clara la intención de su respuesta, y lamenta los artículos publicados por El Consultor de los párrocos, en los números 51,53 y 55, año segundo, apelando a que la caridad cristiana les impide y les veda interpretar intenciones, publicar las faltas del prójimo, sin necesidad ni misión para ello, aun cuando sean indudables, mucho más cuando sólo son rumores…¿Libre Dios a la Asamblea Española de abrigar ni de sospechar en nadie sentimientos parecidos!

Balbín de Unquera, saluda en nombre de la Asamblea al periódico de Carbonero y Sol como al Saulo de su casa, destinado a ser el Pablo de su propagación, y procurará, a su vez, como Ananías, aclarar el conocimiento de la verdad, que respecto a la Asociación española desconoce, proclamando el periódico y la Sociedad, con un gran Padre de la Iglesia, esta máxima infalible : Quicumque vult salvus esse (et salvos vere facere) ante omnia opus est, ut teneat catholican fidem. En su artículo, hay claramente diferenciados dos contextos: el que corresponde a los temas socio políticos, y el religioso.

Balbín aclara las dificultades que tendría la Asamblea si como consecuencia de pactos, tratados o compromisos, tuviera relaciones con otras organización que no observaran la Religión católica, las dificultades que tendría a la hora de proclamar la caridad que ejerce, el desengaño que produciría en cuantos han confiado en la Asamblea. Alude a continuación a que si la Asamblea, en virtud de extraños acuerdos con terceros, se hallase ligada al cumplimiento de obligaciones en que se desdeñase la Religión de nuestros Padres, porque rompería el yugo de la conciencia y esa obligación que lo es del gobierno adherido al tratado, pero que no podría serlo en manera alguna de socios católicos, que si han puesto en sus brazos la cruz roja ha sido repitiendo en el corazón el clásico lema ¡Dios lo quiere!

Sí, este grito que en otro tiempo movió a la guerra, nos llama hoy a la paz, no a la de los Congresos y protocolos, sino a la de los ánimos y las conciencias: ese grito resuena constantemente en nuestros pechos, y ese habría sofocado en nosotros toda voz de compañerismo, de consecuencia, de dignidad personal o colectiva mal entendida si hubieren podido convencernos las razones del articulista. Este comienza su trabajo por salvar las personalidades de los socios; nosotros salvaremos la suya, y únicamente decimos, como a nuestro Pablo: Saulo ¿por qué nos persigues?, en clara alusión a uno de los párrafos del periódico cuando dice que en la Cruz Roja hay muchas personas piadosas y caritativas que han entrado en ella de buena fe y dice el Consultor que éstas no deben confundirse nunca con otras que no obran ni piensan de la misma manera. Balbín advierte que es necesario no pronunciar nunca una palabra de duda o reprobación sin hacer antes las debidas salvedades… o sea, si hay un rumor y es público es necesario ver si es o no fundado.

Especialmente relevantes son los dos párrafos siguientes, por la subida de tono, en los que se aprecia que pasa de la defensa al ataque:

Gran obra de misericordia haría El Consultor si nos demostrasen que erramos, en qué y hasta dónde: por eso es precisa la apreciación de sus pruebas. La Asamblea se ha repetido las palabras que oyó San Agustín: “toma, y lee”, y ha tomado y ha leído los artículos para convencerse del error y no lo ha encontrado: sin que por eso tache la conducta del que, desenado desengañarla, le ha dado armas para que con él haga lo mismo. Ha tomado el periódico y ha leído para estudiar los medios más útiles de socorro a los heridos que pudiera proponer el escritor “que tiene la dicha de ver de lejos”, y tampoco los ha encontrado, sin que por eso renuncie a estudiar con él, o a aprender de él, los que produzcan mejores resultados; en cuyo caso, sin renegar de la Asociación actual, procuraría formar otra nueva.

La Asamblea española no abriga el temor de “pasar por poco humanitaria” ni se convierte por ello en instrumento de “una idea o de un plan que no se encaminara al bien del catolicismo”. Se lo veda, sobre todo, su misma Religión, y en lo temporal su dignidad individual, su dignidad de corporación, su dignidad nacional, que no le permite ir a la zaga de nadie, nacional ni extranjero, rico ni pobre, sabio ni ignorante, grande ni pequeño, con protección o sin ella, con tratados internacionales o sin ellos…

Afronta a continuación la acusación sobre el nombre de La Internacional, con que el periódico trató de emparejar los orígenes de la Asamblea suiza con la Internacional obrera y Balbín aclaró que la Asamblea ha utilizado el nombre de Española siempre, que se llamó Internacional antes que la de los trabajadores existiese y que podría, incluso, utilizarlo hoy como se utiliza en otras actividades, como el ferrocarril, el tratado y el derecho internacionales, porque no es más que un adjetivo, pero dice que se ha sustituido por Universal desde que la malhadada Sociedad de trabajadores debiera arrojarse, como Curcio, en la sima que ha labrado, para salvar las sociedades modernas…no conserva este nombre y lo oculta; sale al campo de batalla con empresa en el escudo y alzada la visera: no es, no puede ser, no quiere ser Sociedad en ningún modo secreta, matiza desligando a la Asamblea española de cualquier conexión con las sociedades masónicas, como veremos a continuación.

NI SECTA NI ENEMIGA DE LA RELEGIÓN

Establece Balbín de Unquera que para que una sociedad esté vinculada a otra deben existir razones de tipo histórico o filosófico que las una, y explica que las acusaciones del articulista de El Consultor de los párrocos no demuestran que exista vínculo alguno entre la Asamblea española y las sociedades secretas, la masonería, las sociedades económicas lo la famosa Liga de la Paz. Destaca que, en principio, la idea de los Congresos de la Paz, separada de algunos antecedentes de algunos de los miembros, no de todos, era buena, pero allí no se habló de la paz, no se trató de evitar guerra alguna: La Cruz Roja, que hoy merece el aplauso universal, no procede de aquel tronco; nosotros no queremos estar a su sombra…

Dice el autor que la idea de los Congresos de la paz, separada del comportamiento de algunos miembros, pero no de todos, era buena, aunque allí no se hablara de soluciones de paz: La Cruz Roja, que hoy merece el aplauso universal, no procede de aquel tronco, nosotros no queremos estar a su sombra ¿Pero se dirá que un Congreso de la Paz, en sí, con otras instituciones, es una obra mala?¿Se dirá que la idea de la Paz debe proscribirse? La Cruz Roja no discute hoy, ni lo hará en sus Congresos; sale a los campos de batalla y obra y socorre, y no espera premio en lo humano, porque los grandes del mundo no quieren paz, sino guerra. Lo que hubiera de iniquidad en los hipócritas de la paz, perdió su máscara, “mentita est sibi”¿pero por eso se condenará a Nicolás de Flüe en Suiza, y a todos los misioneros que predican la paz por todas partes, repitiendo esta palabra al umbral de toda casa a que llegasen, según la intención y el precepto del Evangelio?

Ensalza Balbín de Unquera el papel que la Cruz Roja juega en el mundo después de que ese mismo año ha resplandecido ante las embajadas japonesa y persa como un lucero que alumbrará aquellos países ¿no es una prueba de que no es la Caridad sin la Religión, sin la fe, la que anima a la sociedad de la Cruz Roja?¿Qué importa que alguno de sus asociados, donde quiera que esté, haya dicho obra cosa? La Cruz lo desmiente. No hay Cruz sin Crucificado: con el Redentor va el cristianismo, va el catolicismo, va la civilización, la condenación de todo crimen, el augurio de toda esperanza, la seguridad de una vida mejor…

Asegura el autor que la filosofía de la impiedad, la caridad sin fe, no quiere la Cruz ni como símbolo de unión. Balbín otorga a Dios la posibilidad única de juzgar, cuestionando las razones del periódico de Carbonero para acusar a la Asamblea española de todo cuanto recogen sus artículos. Balbín rechaza categóricamente relaciones, vínculos u obediencias de la Asamblea española con los economistas sin religión, con cuantos han podido reunirse y hablar en Bélgica; ni con los Tiberghien, ni con los Marx, ni con los Trinchera, ni con los perseguidores de las Órdenes Religiosas. Y, por supuesto, rechaza también de forma categórica, relaciones con la secta de los Solidarios: La Asamblea abomina y anatematiza la escuela de los Solidarios, de aquella secta informal que, emponzoñando las fuentes de la vida junto al lecho de muerte, se ligaba para evitar la administración de Sacramentos a los moribundos, que en ellos deben mirar su salvación y su consuelo. Y, a continuación, da un toque de conciencia a El Consultor, cuando dice: Más valiera inferir heridas en el cuerpo que retirar el remedio para las del alma: eso cree y eso proclama nuestra Sociedad, y lo prueba llevando a su seno con especial predilección a los sacerdotes del catolicismo. Tenga caridad El Consultor con los que tal hacen: retire, por Dios, de sus frentes ese signo, como ellos arrancarían hasta la sombra de sus pechos.

Le preocupa a Antonio Balbín dejar bien claro el principio que inspira a la Asamblea española cuando afirma Nuestra caridad, que no es masónica, filosófica, ni humanitaria en el vocabulario del articulista, no quiere ser filantrópica, si esto se ha de entender en oposición a la caridad con y para la fe, a la virtud teologal del mismo hombre.

Pero si la filantropía no se ha de entender como la entienden los modernos economistas: si se entiende como Villeneuve Bargemont ¿es condenable la filantropía? Creyó el Cid de nuestra antigua leyenda socorrer al gafo que halló en el camino, y San Martín al pobre que tiritaba en el campo, y ambas obras se las pagó Cristo, como la leyenda cuenta y la historia nos transmite ¿no alaba el Evangelio la obra del samaritano aludido, aunque el tal no era hebreo, antes de una raza por estos odiada? Mientras todo el mundo no sea católico, no será bien meritorio para lo espiritual, pero será un bien temporal el socorro hecho: si un infiel, si un hereje salvan la vida de un hombre en pecado, y con esto hacen posible su conversión ¿no habrán sido instrumentos para el bien en manos de la Providencia?... En su exposición, citó los casos bíblicos de Rahab, la prostituta de Jericó, que salvó a los espías de Josué, de la que dice que fue antecesora de Jesucristo en la generación temporal, para demostrar que una oveja negra puede estar presente en todas las genealogías… y se pregunta Balbín ¿quién penetró los designios de Dios, y quien se dio cuenta de sus caminos? Job, no; San Pablo, no; la Asamblea Española, no pero tampoco el articulista.

SOBRE LA CARIDAD

El lector recordará que en la página 4 de este artículo, se hace mención a una preocupación de El Consultor de los Párrocos, sobre las limosnas, que debilitan las acciones de las asociaciones de caridad de la Iglesia porque entiende el articulista que los que donan limosna a la Cruz Roja no lo hacen a las Hermanas de la Caridad. Balbín de Unquera se refiere a este punto explicando que no hay incompatibilidad entre las Hermanas de la Caridad y la Asamblea española, que nadie impide que se den limosnas a las Hermanas, ni que nadie de la Asamblea las alejaría de un hospital, y dice: Confesamos, si, que el espíritu de San Vicente de Paul no es el del Protestantismo, pero jamás nos permitiremos hablar de la cuáquera Isabel Fry en las prisiones de Newgate, ni de Florencia Nichtingale en los campos de Crimea, sin el respeto que se debe a personas cuyas obras o servicios de hecho nadie puede asegurarnos que no sean considerados por Dios como el socorro del Samaritano del Evangelio. Por desgracia todo el mundo no es católico ¿no valdría más para el mundo, en lo temporal, ser caritativo como el cuáquero o una hermana protestante, o limosnero según el Corán o el Budismo, que ser cruel y sin entrañas, como el rico avariento, con la legión de lázaros que asedie el umbral de los hebreos? Termina Balbín este tema con otra cita bíblica, el milagro que hizo San Pedro cuando resucitó a la viuda Tabita, de Joppe, y se pregunta de nuevo el autor La Asamblea no sabe, y El Consultor tampoco, qué gracias espirituales concede Dios al caritativo…

Sobre el papel que los religiosos tienen en la Asamblea, que el periódico de Carbonero cuestiona o niega explícitamente, Balbín ilustra con algunos ejemplos, como el del obispo de Archis, Francisco de Sales Crespo, del que dice que es socio por derecho, según el reglamento, y como número está adscrito a la comisión del distrito del Congreso en Madrid: Tiene en la actualidad más de trescientos sacerdotes y más de veinte párrocos, presidentes de subcomisiones, y gran número de dignidades eclesiásticas. También cita, las indulgencias concedidas a la Cruz Roja el 15 de julio de 1871, por el Obispo de Cuenca, a quien tacha de “lumbrera de la Iglesia española y de la Católica en el Concilio del Vaticano”, o la solicitud hecha al Papa pidiendo indulgencias a los socios que muriesen en actos de su instituto, que no fueron concedidas en principio al no haberse hecho la petición por el conducto reglamentario, pero sobre las que Su Santidad se había manifestado propicio, o la petición cursada (se impetró, dice) al Obispo de Toledo para que diese a conocer a la Sociedad en el Boletín de su diócesis, o la firma en el acta como presidente del Obispo de Cuenca en el acta de aquella sección.

Otro de los reproches, recordara el lector, que hizo El Consultor de los párrocos es el los patronos de la Asamblea, y más concretamente, la elección de San Juan Bautista, a lo que Balbín contesta resumiendo los orígenes de la delegación española: Recibió de Suiza nuestro gobierno una solicitud de adhesión a la que no se contestó en mucho tiempo por el ministro a la sazón de Estado. La Reina, sin embargo, no olvidó el pensamiento, y se congratuló de que la Orden de San Juan lo admitiese y prometiese coadyudar a tan cristiano propósito. Eligió la Sociedad española como iglesia suya la de San Francisco el Grande en Madrid, recordando que la Orden del fundador de Asís guarda el sepulcro del Redentor y representa dignamente el patronato indudable de España en los Santos Lugares y que allí mismo la Orden de San Juan cubrió de gloria y de sangre sus blancas cruces… y, más adelante, afirma, … pero basta haber reconocido el patronato de la Concepción, que ciertamente no reconocen los protestantes ni los griegos separados, para proclamar y asegurar el catolicismo de nuestra Sociedad española. Seguidamente, Balbín expone diversos ejemplos de colaboración entre personas de diferentes credos religiosos para demostrar que esta colaboración es posible siempre que se persiga como fin una buena causa, citando, para ello, al Conde de Cavour, a través de su Obra Parlamentaria, editada en París por Hetzel en 1862; a Balmes, a través de sus Cartas, editada en Barcelona en 1846, y las obras de los teólogos que hablaban de alianzas entre soberanos católicos, herejes e infieles para fines políticos.

Balbín de Unquera no se limita, a través de las páginas de su artículo, a hacer solamente una defensa a ultranza de la Asamblea española de la Cruz Roja, sino que en ocasiones, cambia a un ataque solapado, no especialmente violento pero sí sutil, sobre la manera en que El Consultor de los párrocos trató, como hemos visto, algunos aspectos delicados de la Cruz Roja. Balbín advierte de la manera particular, o de la falta de rigor, sin llegar a acusar directamente al articulista, con que citó la Bula de Clemente VIII Quaecumque, para deslegitimar a la Asamblea española: se le ha olvidado al canonista de El Consultor respecto a la Constitución Quaecumque que también necesita el consentimiento regio, o dígase poder temporal, por lo mismo que, aunque sean religiosas, son corporaciones seglares. Y véase como la Bula habla en este sentido conforme a la ley prusiana antes citada, y como en esto van de acuerdo católicos y protestantes, y ambas potestades. Y cita más tarde a Salvagio que había establecido tres géneros de instituciones piadosas:
a) Las que están bajo la inmediata protección real y están libres de las visitas del Obispo.

b) Las administradas por clérigos, y éstas, en lo espiritual y en lo temporal están sujetas a la inspección del Obispo.

c) Las sujetas al régimen de los legos, y éstas deben dar cuenta al Ordinario de su administración, ya directamente, ya a sus delegados.

Pero el mismo canonista –continua- no niega que el transcurso de los tiempos es poderoso a introducir variaciones en estos puntos de disciplina, así como recuerda que Justiniano habla de rectores y administradores que no fueron diáconos, y que San Gregorio recomienda poner al frente de estos institutos a personas dignissimi, qui videantur ese vita, moribus, atque industria…

O sea, a personas de buena reputación.
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