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El orgullo gay ¿el orgullo que nos queda?

Por Honorio FEITO
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honoriofeitogmailcom/12/12/18
martes 30 de junio de 2015, 11:37h
Tal vez es el efecto de la globalización, cultural, por definirla de algún modo, pero la exposición de la bandera multicolor, que identifica a los homosexuales no es solamente un asunto que tenga efecto en España, sino en los países de nuestro entorno cultural, en los países de Occidente. No resulta fácil escribir de estas cuestiones, pero no podemos dar la espalda a una realidad que se nos hace evidente a cada paso. Realmente, ¿existe una población de homosexuales tan aparente como nos quieren hacer ver?, tal parece que los armarios se han abierto de par en par y de sus entrañas han salido centenares de miles de despechados, irreverentes, desafiantes, provocadores, a los que habría que añadir los desesperados, retadores y fanfarrones, y utilizo el género masculino que no se si es correcto, pero entiendo que también me estoy refiriendo a las lesbianas, y a las mujeres que, en una actitud homosexual, comparten sentimientos y prácticas sexuales con otras mujeres.
Desde que a lo largo del siglo XIX, las reformas sociales comenzaron a filtrarse en la vida social de los pueblos, la Historia nos muestra en qué medida y capacidad las nuevas corrientes, ajenas a la Iglesia, se han ido implantando en nuestra forma de vida. Un interrogante sobre las cuestiones de fe, una simple pregunta acerca de cualquiera de los fundamentos del Cristianismo, ha representado un desafío, una manera de cuestionar el armazón sobre el que estaba edificada la sociedad, nuestra sociedad.

La Cultura Occidental debe a la Religión Católica su razón de ser, su fundamento, y la fuerza de su expansión, principalmente gracias a la labor de España tras el descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo. Los ejércitos españoles, que surcaron las tierras recién conquistadas, tuvieron siempre una representación encomiable de los “otros soldados”, los de la fe, y la fuerza del Cristianismo aún llegó más lejos, en el espacio y en el tiempo, que la fuerza de los soldados de armas.

Los cambios que desde hace un par de centurias se vienen sucediendo en nuestro mundo no parecen fruto de la casualidad, sino más bien responden a un plan rigurosamente preparado y milimétricamente dispuesto. No sabemos, yo al menos no se, cuanto tiempo requiere para su implantación definitiva, pero todo parece indicar que va por buen camino, aún a pesar de los escollos, que los ha tenido, y que la época actual es propicia gracias a los responsables sociales: los políticos.

Cuando en el primer tercio del siglo XX la situación social alcanzaba en España cotas de auténtica preocupación, momentos de máxima tensión que, como todos sabemos, acabarían en el inevitable conflicto civil de 1936-1939, un filósofo católico, vasco y español, Ramiro de Maeztu, ya vaticinaba que no más de tres mil personajes en España acumulaban tanta fuerza intelectual a favor de uno de los bandos en lucha, la izquierda, que parecían los dueños de la situación. No me tomen estas líneas al pie de la letra en relación a la exposición de Ramiro de Maeztu, únicamente intento transcribir la esencia de su opinión al respecto. Decía Maeztu que estos personajes controlaban los periódicos, las editoriales y los centros de difusión de ideas, y que su derrota, en el campo intelectual, era factible. Él los llamó los anti-patria. Y opinaba que la derecha tenía mayor predicamento y consistencia, tanto en el fundamento como en el número de personas y que, si se movilizaran, acabarían con la supuesta superioridad intelectual de la izquierda.

Lo que más me llama la atención, ante la presencia de tanto homosexual no es, precisamente, esa aparente y abrumadora cantidad, sino la complacencia de los demás. Asistimos como sujetos pasivos a su crecimiento y bajamos los brazos ante su actitud, al observar que para ellos el desafío no está en vivir a su manera, que sería aceptada, sino en imponerla sin tener en cuenta la sensibilidad de los demás.

Los políticos –la izquierda, siempre alerta para conseguir el voto; la derecha empujada por su complejo de inferioridad hacia posiciones absurdas- obedecen a un código ético adulterado y, bajo la apariencia de una pretendida conducta liberal, acceden y consienten, permiten y promueven, haciendo realidad que un espacio libre para la iniciativa, sea un espacio robado a la educación y a la libertad reducida que un individuo tiene en la sociedad.

Lo que un día fueron periódicos, editoriales y centros de difusión de ideas lo representan actualmente las redes sociales. La red, en general, patrimonio de los jóvenes, es por otra parte el abrevadero de muchos intelectuales que tienen que pagar como tributo el sello del liberalismo, para no ser marcados como sospechosos y ninguneados por los que controlan las redes de difusión y el lamentable empleo que queda.
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