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EL DIPUTADO JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

Por Honorio FEITO
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honoriofeitogmailcom/12/12/18
domingo 26 de noviembre de 2017, 18:31h
La disolución de las Cortes, por parte del Presidente de la II República, Niceto Alcalá-Zamora, y la convocatoria de nuevas elecciones, celebradas en primera vuelta el 19 de noviembre de 1933, supuso la derrota de la coalición republicano-socialista y el triunfo de la derecha no republicana cuyo partido más votado fue la CEDA de Gil Robles. A aquellos comicios electorales acudió Falange Española, presentándose el aspirante, José Antonio Primo de Rivera, por el distrito de Cádiz. José Antonio obtuvo su acta de diputado a Cortes con un total de 49.028 votos; su credencial fue la número 173, y su acta fue dada de alta en la nueva cámara resultante el 30 de noviembre de 1933. Prometió su cargo de diputado el 28 de diciembre de aquel mismo año. En la ficha del Congreso de los Diputados figuran, además, su fracción política como independiente y su profesión de abogado.
Las nuevas Cortes abrieron sus sesiones el 8 de diciembre de 1933. El 11 de enero de 1934, José Antonio publicó: El día 8 de diciembre de 1933 se abrió el Parlamento. El día 8 de enero de 1934, aún el Parlamento no había hecho nada… hay quien ha asistido a todas las sesiones minuto a minuto y no ha oído un solo párrafo en impugnación o defensa de los proyectos de tales leyes. No. Allí se ha vociferado acerca de mil cosas: de si el señor Pérez Madrigal es o no un lulú; de si el señor Menéndez es un enchufista; de si el doctor Albiñana es un pistolero; de si en la Provincia de Pontevedra votaron los difuntos; de si lo mismo pasó en otras seis u ocho provincias…todo muy ameno y muy útil, sentencia con ironía.

No tenía José Antonio un buen concepto del sistema partitocrático y desconfiaba con harta evidencia de los partidos políticos y sus intereses. Su paso por el Parlamento fue, no obstante, frenético. El diario de sesiones es testimonio de una actividad no exenta de discusiones. Y sus artículos, publicados en F.E. a lo largo del año 1934, dan la imagen de un José Antonio cronista de Cortes, al estilo de las grandes plumas del periodismo moderno, como Azorín o Wenceslao Fernández Flórez, en los que el lector encontrará grandes dosis de sentido del humor y una visión crítica.

EL PARLAMENTO VISTO DE PERFIL

El José Antonio crítico, mordaz, satírico, chistoso, un tanto burlón, pero sin abandonar el buen gusto, y con su elegancia natural, se deja ver en estos escritos que publica con un subtítulo permanente: El Parlamento visto de perfil: Si en España dedicásemos los cruceros a cruceros y los cañones a cañones, ¿cómo iba a ser ministro de Marina el ministro de Marina?, y en el mismo artículo, publicado el 1 de febrero de 1934, continua: Otra tarde dieron una broma de mal gusto al señor ministro de Hacienda: se empeñaron en hablarle de los bonos del Tesoro. Su acidez se convierte en ironía cuando escribe (18.I.1934): Los ujieres del Congreso, justamente encolerizados contra el sinnúmero de oradores que les ha tocado en suerte oír, obligan a cada nuevo orador a beberse un líquido sospechoso, castaño de color…Se ha comprobado, en efecto, que nunca se tira el agua color de chocolate que sobra en esos vasos…Encima de lo que queda se echa más agua y se mete un nuevo azucarillo. Así perdura una solera tradicional que es como el filtro de la elocuencia en Cortes…

Su artículo del 25.I.1934 comenzaba: En la sesión del viernes último se apagaron las luces del Congreso.

Las Cortes llevan más de un mes de vida y ya se arrastran en la decrepitud…desfilaron entre las sombras fantasmas de cadáveres y reminiscencias crueles. Pero nada. Aquello languidecía y languidecía. Todos estaban en el secreto: el señor Alba había rogado a los socialistas que amenizaran la tarde, y los socialistas le complacían narrando tragedias… se adivinaba el día en que el pueblo, no contento del todo con aquellas luces medio apagadas, habría de entrar en el salón de sesiones para decir definitivamente: Apaga y vámonos.

El despropósito del partidismo, la avaricia por el escaño, la desconsideración por el voto… cualquier cosa para sumar uno más que el contrario, sin garantías de que quien defiende una opción semeje, al menos, un mínimo conocimiento, todo eso es lo que José Antonio denuncia a través de sus escritos trazando cuadros pintorescos y graciosos que animan la lectura y desproveen los oropeles de una actividad condenada por la limitación de sus propios representantes. En uno de sus artículos, publicado en F.E. el 12.IV.1934, distingue cuatro clases de interruptores: el tímido, el difuso, el retrospectivo y el persistente.

ELOCUENTE, POSITIVO, INNEGABLE

Pero el discurso parlamentario de José Antonio era elocuente, positivo, innegable. Su figura de hombre joven, elegante, categórico, se erguía en su escaño para intervenir en los grandes temas buscando siempre la solución y alejándose del conflicto. Así, cuando la muerte del presidente de la Generalidad de Cataluña, Francisco Maciá, en la sesión celebrada el 4 de enero de 1934, José Antonio pidió la palabra para cortar un enfrentamiento entre los discursos lacrimógenos de los partidos de la izquierda y de la Esquerra y el acusatorio del neurólogo Albiñana, miembro del Partido Nacionalista Español, que dijo que Maciá era un separatista que tuvo la inmensa desventura de enseñar al pueblo catalán el grito de muera España; se armó la bronca, y las protestas desde el banco socialista no alteraron al diputado Albiñana para declararse un nacionalista español. Entonces habló José Antonio de España y de Cataluña: Cuando nosotros empleamos el nombre de España, hay algo dentro de nosotros que se mueve muy por encima del deseo de agraviar a una tierra tan noble y tan querida como la tierra de Cataluña… España es más que una forma constitucional, es más que una circunstancia histórica, España no puede ser nunca nada que se oponga al conjunto de sus tierras y a cada una de esas tierras… Nosotros amamos a Cataluña por españoles, y porque amamos a Cataluña, la queremos más española cada vez, como al país vasco, como a las demás regiones… su discurso terminó entre ovaciones. Otro tanto en la sesión del 2.X.1935, cuando el comunista Bolívar, también médico, el Rufián de entonces, provocaba a la bancada contraria.

Tampoco rehusó el enfrentamiento cuando la ocasión le empujaba a ello. El diputado Primo de Rivera defendió, en lo que pudo, el régimen anterior que había estado representado, en parte, por su padre el general Primo de Rivera, lo que le llevó en ocasiones a rectificar planteamientos de otros diputados. Su incidente con el ministro de Marina (Sr. Rocha), obedece a este motivo, y también la contestación al socialista Prieto en la sesión del 20.XII.1933. Y tuvo sus diferencias con los diputados Álvarez Mendizábal, con el que casi llega a las manos, con Trabal o el propio presidente del Consejo de Ministros, Chapaprieta e, incluso, con Esquerra Catalana, aunque en estos casos por motivos propios del debate sobre el conflicto italo-etíope o por la revolución de octubre en Cataluña y el comportamiento de los diputados.

Repasando las actuaciones de José Antonio en aquellas Cortes de la legislatura de 1933-1935, el lector tiene la sensación de estar viviendo, ochenta y tantos años más tarde, algunos de los mismos problemas: la amenaza del separatismo, con los Estatutos de Cataluña y País Vasco; los continuos ataques al régimen anterior (con la figura de su padre siempre en primera línea como responsable); las crisis políticas (de diciembre de 1933 y de septiembre de 1935); la violencia en las calles y los asuntos sociales (sucesos escolares en Zaragoza y la representación universitaria de los estudiantes); los relacionados con la corrupción (el tema del estraperlo y el caso Nombela).

Aquellas Cortes también discutieron sobre las consecuencias de la revolución socialista en octubre de 1934 en Asturias y en Cataluña; el estado de guerra en el territorio nacional; una proposición no de ley, del propio José Antonio, para el cese del estado de guerra; la suspensión de las sesiones de las Cortes desde el 9 de octubre; la ley de amnistía; los asesinatos de los dos falangistas en Sevilla; la nivelación presupuestaria y la detención, por ejemplo, del diputado Rubio Heredia.

Magistral fue su intervención cuando se trató el tema del proyecto de ley para modificar en parte la Reforma Agraria, argumentando una intervención que cautivó a la mayoría de la cámara (sesión del 23.VII.1935). Y magistral fue su intervención en el debate de los ingenieros españoles, sesión del 4.XII.1935, denunciando que mientras unos 500 o 600 ingenieros españoles estaban sin trabajo, había unos 5000 técnicos extranjeros colocados, que ejercían una especie de intrusismo porque no podían ejercer como ingenieros y ocupaban las plazas que deberían ocupar los españoles. Sobre este asunto formuló un ruego por escrito a la Cámara.

En la cuestión de la corrupción por el caso del estraperlo, José Antonio cargó contra el partido radical, del que dijo que estaba descalificado: “Yo sé que en vuestro partido hay personas honorables; pero estas personas honorables tienen que saltar como las ratas saltan del barco que naufraga, porque si no os hundiréis con el barco”. Y en el llamado asunto Nombela, apellido de un oficial español que era funcionario de colonias y que fue el que destapó el incidente, sacudió de lleno al Partido Radical, de nuevo, y en especial a Alejandro Lerroux, por el pago de subvenciones que el Estado realizó a la Compañía África Occidental, que realizaba el servicio de navegación entre los territorios de las posesiones españolas en África occidental, por un importe superior a los tres millones de pesetas, al no utilizar el protocolo previsto para este tipo de subvenciones y cargar la partida sobre el Tesoro colonial.

La legislatura 1933-1935 finalizó el 7 de enero de 1936. José Antonio ya no repetiría como diputado y atrás había dejado algunos suplicatorios que la Sala II del Tribunal Supremo había dirigido a Las Cortes, para instruir sumarios contra él por tenencia ilícita de armas. En marzo de 1936 sería detenido y llevado a la cárcel Modelo de Madrid y luego a Alicante, donde fue fusilado el 20 de noviembre de 1936.
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